Experiencias
como la que les voy a narrar a continuación son muy difíciles para todos.
Recordar a un personaje "muerto" que no reconoce que ha fallecido es
una tremenda confusión. El personaje en las memorias se rehúsa a reconocer este
hecho y busca cualquier excusa que le permita sentirse en el mundo de los
"vivos". Para mí, como terapeuta, también es difícil porque no puedo
confrontar ni a mi paciente ni al personaje que surge en sus memorias. Tengo
que llevarlo poco a poco hasta el momento en que es capaz de reconocerlo y
aceptar la luz.
Sobre la "Muerte" quizás lo más acertado que puedo decir es que no
existe tal cosa como una extinción total o un cese de quienes somos. Sobre este
punto hay que reflexionar lo suficiente para que cuando nos encontremos en una
situación de muerte del cuerpo físico podamos reconocer las señales y
entregarnos.
He leído montones de posturas diferentes
acerca de la muerte. Ninguna se compara con la experiencia de verte morir,
sentir que te sales del cuerpo y ver lo que solías ser allí, tendido, sin vida.
Esta experiencia la tuve en sesión T3, y oigo relatos similares casi
cotidianamente. Después de la "muerte" se accede al mundo espiritual.
Allí el amor envuelve por completo. Uno se siente rodeado de sus seres queridos
y se experimenta una paz y una alegría total. Esto fue para mí algo sin parangón.
Sin embargo, cuando la muerte del cuerpo físico nos sorprende y no estamos
preparados para ella es posible que nos neguemos a aceptar el fin de aquella
experiencia de vida.
Mi relato de hoy es sobre un niño, Gabriel,
de 7 años. Este es el personaje que surge en la consciencia de mi paciente,
terapeuta corporal, de 55 años, budista, con una sensibilidad e intuición muy
bien desarrolladas. El comienzo de su sesión fue un poco difícil, se
manifestó un dolor agudo en su rodilla izquierda.
Comienza su relato: “Estoy huyendo por un
bosque, es de noche, estoy completamente solo y muy asustado. A mi madre la
mataron” me dice entre sollozos. “Oigo bombardeos a lo lejos, estamos en
guerra. Me llamo Gabriel, tengo 7 años.” Empieza a quejarse: “Mi rodilla, me
duele mucho mi rodilla, no puedo caminar, no sé qué hacer.” Le sugiero que
llegue hasta el momento en que alguien lo auxilia. Me cuenta: Sí, es una
señora, me carga como un saco y me lleva a lo que parece un hueco, una cueva,
estamos escondidos.” Sigue quejándose de un dolor insoportable. A pesar de la
temperatura templada del lugar en que nos encontrábamos, mi paciente tiembla de
frío por lo que la cubro con una manta. Aun así sigue temblando.
Estremecida por el frío y por el dolor, me
cuenta lo que le está pasando con dificultad: “Me está poniendo unas tablas en
mi pierna. La señora se va sin decirme palabra. Me quedo completamente solo.”
Le pregunto si tiene hambre y me contesta que no, que lo único en que puede
pensar es en el dolor de su pierna. Comienza a llorar pensando en su madre
diciendo: “Quiero a mi mamá, quiero a mi mamá” entre llanto y quejidos de
dolor. Me dice que no hay sangre, que no hay herida, solo una rodilla muy
inflamada. Se queda tranquila por un rato y parece descansar. Luego me dice:
“Ya no siento la pierna, la tengo inmóvil. No puedo hacer nada, no puedo
moverme. No sé qué hacer.” Comienza a llorar nuevamente y a repetir una y otra
vez: “No sé qué hacer, no sé qué hacer”.
Le sugiero que trate de salir. Me dice que va a tratar. Sale arrastrándose de
su escondite. Me cuenta: “La pierna no la puedo mover, me duele mucho, me
arrastro con dificultad. No entiendo nada, no hay nadie, todo está desierto. Todos
huyeron por el bombardeo.” Nadie le ayuda, la pierna lo tortura, pero sigue
pareciéndome raro que no tenga hambre ni quiera comer. Entre el dolor y la
desolación el relato es cada vez más sórdido. Le sugiero que llegue al momento
en que todo eso pasa.
Me dice: “Ahora soy grande. Tengo 19 años. Soy Gabriel. Me sigue doliendo la
pierna, mucho. Uso uniforme. Soy soldado.” Le pregunto a cuál regimiento
pertenece, pero no fluye la información. Le pregunto de dónde sacó el uniforme
y tampoco sabe responderme. Me cuenta que es muy raro, que está en una
construcción donde hay pasillos oscuros, parecen sótanos. No sabe cómo llegó
allí, ni dónde es. Le pregunto si ve luz, y me dice que por las rendijas se ve
luz. Le vuelvo a preguntar si tiene hambre y me contesta molesta que no. No se
recuerda de la última vez que comió algo.
Después de batallar un rato accede a acercarse hacia la luz. Me cuenta: “La luz
me dice que me quiere.” Comienza a llorar y me dice: “Es mi madre, me dice que
siempre está conmigo cuidándome, que no tengo nada que temer.”
En este momento comienza lo que para mí es el momento más importante de una
sesión T3. La comunicación con los seres queridos y con los maestros es fluida
y tranquila. La experiencia de paz la arropa por completo. Me cuenta: Cómo
Gabriel aprendí que todo pasa. Que el dolor pasa. Que el sufrimiento también
pasa. Ahora mi pierna izquierda me va a avisar cuando tenga que irme de
algún lugar o cuando algo no ande bien. En este lugar todo es amor y paz. Me
dicen que no hay más que saber. Que yo siempre ando buscando información sobre
el futuro y que no me van a decir nada, que todo es una sorpresa. Que lo único
que tengo que hacer es meditar, que la meditación es mi camino. Que sea
paciente, que no hay nada que yo tenga que saber. Que no hay absolutamente nada
que temer, nada, nada.”
Me contó después de terminada la sesión que tiene que ponerle flores a sus
maestros y meditar. Que sus inquietudes siempre son sobre el futuro y que es
muy impaciente. La situación del país le angustia y se dio cuenta de lo inútil
de su angustia, todo pasa. Estaba profundamente agradecida por la oportunidad
de comunicación con sus maestros.
Gabriel falleció estando con la señora escondido en la cueva. Al ser un niño de
7 años y nunca haber pensado en la muerte, simplemente no podía reconocerla. No
hay manera de saber cuánto tiempo pasó en este estado. Pudo haber sido
muchísimo tiempo ya que el paisaje al comienzo era campestre y luego me hablaba
de construcciones, lo que parecía una ciudad. Es imposible poder saber los
pormenores del caso ya que su sufrimiento y desolación ocupaban toda su
realidad. En algún momento decidió ser grande y prepararse para la guerra, así
que creó una versión de sí mismo de 19 años en uniforme militar. El dolor de su
pierna nunca lo abandonó. Este dato es quizás el más interesante ya que sin
cuerpo ¿Por qué querríamos sentir tanto dolor físico?
No es la primera vez que escucho un relato como este. Todo lo que
sintamos para el momento en que nuestro cuerpo físico sucumbe ante la muerte
física lo sentimos híper dimensionado
después. Esto seguirá sucediendo hasta que decidamos sucumbir ante la luz. Para
dar este paso siempre recibimos ayuda de nuestros seres queridos, ángeles
guardianes o maestros de luz. Sin embargo, es una decisión personal. Solo la
voluntad de rendirnos ante la luz nos lleva a ella.
Espero que te acuerdes de este relato cuando mueras para que no le tengas miedo
a la luz. Pensar y meditar en esto te ayudará a recibir ayuda cuando la
necesites. Las muertes inesperadas siempre son las más difíciles. Si tienes
algún familiar que haya muerto de forma abrupta háblale en tu mente, dile que
no le tenga miedo a la luz, que allí lo espera el amor y la paz. Tampoco
importa el tiempo/tierra que una persona esté en este período de confusión ante
la muerte física, este estado siempre termina. Puede que en la tierra hayan
pasado cuatro generaciones, que es lo más largo que he visto en consulta, para
el alma parece solo un rato.
También sé de personas que le tienen miedo al túnel de luz, descrito tantas veces por personas que han regresado al cuerpo físico después de experiencias traumáticas. Sostienen que somos prisioneros en la tierra y que cuando accedemos a la luz nos programan para regresar indefinidamente y mantenernos esclavizados a la materia. Jamás me han descrito ninguna experiencia parecida. Siempre cuando mis pacientes aceptan la muerte y se acercan a la luz se conmueven hasta las lágrimas y me describen escenas de amor y paz absolutos. Eso fue lo que viví yo en mi experiencia con memorias.
La Muerte es tema Tabú. Esto nos complica el momento de nuestra propia muerte. Lo único que necesitamos para morir (insisto, muerte del cuerpo físico) es estar vivos (y vuelvo a insistir, estar ocupando un vehículo físico). La vida es eterna. Al ser eterna es fácil comprender que no hay ningún apuro. Tenemos toda una eternidad para comprender todos estos fenómenos. Sin embargo, y cómo yo lo veo, esta comprensión puede significar el fin del sufrimiento. Entonces, la pregunta básica que me hago a mí misma es entonces: ¿Por qué queremos seguir sufriendo?
Maria Eugenia Mantilla
Hipnoterapeuta
sorprendente!gracias
ResponderEliminarte felicito por tus avances en estos asuntos
bendiciones
Como misiòn de vida, orientarnos como ser felices y sentir paz en la eternidad y en el infinito. Es un gran servicio, gracias.
ResponderEliminarJorge Luis
Gracias a ustedes por sus comentarios. Recordaremos la vida que estamos teniendo como un sueño. Está en nuestras manos que sea un sueño o una pesadilla. Se les quiere. Bendiciones
ResponderEliminarMaru