miércoles, 15 de febrero de 2017

Cuando la Muerte es inesperada




   Experiencias como la que les voy a narrar a continuación son muy difíciles para todos. Recordar a un personaje "muerto" que no reconoce que ha fallecido es una tremenda confusión. El personaje en las memorias se rehúsa a reconocer este hecho y busca cualquier excusa que le permita sentirse en el mundo de los "vivos". Para mí, como terapeuta, también es difícil porque no puedo confrontar ni a mi paciente ni al personaje que surge en sus memorias. Tengo que llevarlo poco a poco hasta el momento en que es capaz de reconocerlo y aceptar la luz.

    Sobre la "Muerte" quizás lo más acertado que puedo decir es que no existe tal cosa como una extinción total o un cese de quienes somos. Sobre este punto hay que reflexionar lo suficiente para que cuando nos encontremos en una situación de muerte del cuerpo físico podamos reconocer las señales y entregarnos.

   He leído montones de posturas diferentes acerca de la muerte. Ninguna se compara con la experiencia de verte morir, sentir que te sales del cuerpo y ver lo que solías ser allí, tendido, sin vida. Esta experiencia la tuve en sesión T3, y oigo relatos similares casi cotidianamente. Después de la "muerte" se accede al mundo espiritual. Allí el amor envuelve por completo. Uno se siente rodeado de sus seres queridos y se experimenta una paz y una alegría total. Esto fue para mí algo sin parangón. Sin embargo, cuando la muerte del cuerpo físico nos sorprende y no estamos preparados para ella es posible que nos neguemos a aceptar el fin de aquella experiencia de vida.

   Mi relato de hoy es sobre un niño, Gabriel, de 7 años. Este es el personaje que surge en la consciencia de mi paciente, terapeuta corporal, de 55 años, budista, con una sensibilidad e intuición muy bien desarrolladas. El comienzo de su sesión fue un  poco difícil, se manifestó un dolor agudo en su rodilla izquierda.

   Comienza su relato: “Estoy huyendo por un bosque, es de noche, estoy completamente solo y muy asustado. A mi madre la mataron” me dice entre sollozos. “Oigo bombardeos a lo lejos, estamos en guerra. Me llamo Gabriel, tengo 7 años.” Empieza a quejarse: “Mi rodilla, me duele mucho mi rodilla, no puedo caminar, no sé qué hacer.” Le sugiero que llegue hasta el momento en que alguien lo auxilia. Me cuenta: Sí, es una señora, me carga como un saco y me lleva a lo que parece un hueco, una cueva, estamos escondidos.” Sigue quejándose de un dolor insoportable. A pesar de la temperatura templada del lugar en que nos encontrábamos, mi paciente tiembla de frío por lo que la cubro con una manta. Aun así sigue temblando.

   Estremecida por el frío y por el dolor, me cuenta lo que le está pasando con dificultad: “Me está poniendo unas tablas en mi pierna. La señora se va sin decirme palabra. Me quedo completamente solo.” Le pregunto si tiene hambre y me contesta que no, que lo único en que puede pensar es en el dolor de su pierna. Comienza a llorar pensando en su madre diciendo: “Quiero a  mi mamá, quiero a mi mamá” entre llanto y quejidos de dolor. Me dice que no hay sangre, que no hay herida, solo una rodilla muy inflamada. Se queda tranquila por un rato y parece descansar. Luego me dice: “Ya no siento la pierna, la tengo inmóvil. No puedo hacer nada, no puedo moverme. No sé qué hacer.” Comienza a llorar nuevamente y a repetir una y otra vez: “No sé qué hacer, no sé qué hacer”.  

     Le sugiero que trate de salir. Me dice que va a tratar. Sale arrastrándose de su escondite. Me cuenta: “La pierna no la puedo mover, me duele mucho, me arrastro con dificultad. No entiendo nada, no hay nadie, todo está desierto. Todos huyeron por el bombardeo.” Nadie le ayuda, la pierna lo tortura, pero sigue pareciéndome raro que no tenga hambre ni quiera comer. Entre el dolor y la desolación el relato es cada vez más sórdido. Le sugiero que llegue al momento en que todo eso pasa.

     Me dice: “Ahora soy grande. Tengo 19 años. Soy Gabriel. Me sigue doliendo la pierna, mucho. Uso uniforme. Soy soldado.” Le pregunto a cuál regimiento pertenece, pero no fluye la información. Le pregunto de dónde sacó el uniforme y tampoco sabe responderme. Me cuenta que es muy raro, que está en una construcción donde hay pasillos oscuros, parecen sótanos. No sabe cómo llegó allí, ni dónde es. Le pregunto si ve luz, y me dice que por las rendijas se ve luz. Le vuelvo a preguntar si tiene hambre y me contesta molesta que no. No se recuerda de la última vez que comió algo.

     Después de batallar un rato accede a acercarse hacia la luz. Me cuenta: “La luz me dice que me quiere.” Comienza a llorar y me dice: “Es mi madre, me dice que siempre está conmigo cuidándome, que no tengo nada que temer.”

     En este momento comienza lo que para mí es el momento más importante de una sesión T3. La comunicación con los seres queridos y con los maestros es fluida y tranquila. La experiencia de paz la arropa por completo. Me cuenta: Cómo Gabriel aprendí que todo pasa. Que el dolor pasa. Que el sufrimiento también pasa. Ahora mi pierna izquierda me va a avisar  cuando tenga que irme de algún lugar o cuando algo no ande bien. En este lugar todo es amor y paz. Me dicen que no hay más que saber. Que yo siempre ando buscando información sobre el futuro y que no me van a decir nada, que todo es una sorpresa. Que lo único que tengo que hacer es meditar, que la meditación es mi camino. Que sea paciente, que no hay nada que yo tenga que saber. Que no hay absolutamente nada que temer, nada, nada.”

     Me contó después de terminada la sesión que tiene que ponerle flores a sus maestros y meditar. Que sus inquietudes siempre son sobre el futuro y que es muy impaciente. La situación del país le angustia y se dio cuenta de lo inútil de su angustia, todo pasa. Estaba profundamente agradecida por la oportunidad de comunicación con sus maestros.

     Gabriel falleció estando con la señora escondido en la cueva. Al ser un niño de 7 años y nunca haber pensado en la muerte, simplemente no podía reconocerla. No hay manera de saber cuánto tiempo pasó en este estado. Pudo haber sido muchísimo tiempo ya que el paisaje al comienzo era campestre y luego me hablaba de construcciones, lo que parecía una ciudad. Es imposible poder saber los pormenores del caso ya que su sufrimiento y desolación ocupaban toda su realidad. En algún momento decidió ser grande y prepararse para la guerra, así que creó una versión de sí mismo de 19 años en uniforme militar. El dolor de su pierna nunca lo abandonó. Este dato es quizás el más interesante ya que sin cuerpo ¿Por qué querríamos sentir tanto dolor físico? 

     No es la primera vez que escucho un relato como este. Todo lo que sintamos para el momento en que nuestro cuerpo físico sucumbe ante la muerte física lo sentimos híper  dimensionado después. Esto seguirá sucediendo hasta que decidamos sucumbir ante la luz. Para dar este paso siempre recibimos ayuda de nuestros seres queridos, ángeles guardianes o maestros de luz. Sin embargo, es una decisión personal. Solo la voluntad de rendirnos ante la luz nos lleva a ella.

     Espero que te acuerdes de este relato cuando mueras para que no le tengas miedo a la luz. Pensar y meditar en esto te ayudará a recibir ayuda cuando la necesites. Las muertes inesperadas siempre son las más difíciles. Si tienes algún familiar que haya muerto de forma abrupta háblale en tu mente, dile que no le tenga miedo a la luz, que allí lo espera el amor y la paz. Tampoco importa el tiempo/tierra que una persona esté en este período de confusión ante la muerte física, este estado siempre termina. Puede que en la tierra hayan pasado cuatro generaciones, que es lo más largo que he visto en consulta, para el alma parece solo un rato. 

     También sé de personas que le tienen miedo al túnel de luz, descrito tantas veces por personas que han regresado al cuerpo físico después de experiencias traumáticas. Sostienen que somos prisioneros en la tierra y que cuando accedemos a la luz nos programan para regresar indefinidamente y mantenernos esclavizados a la materia. Jamás me han descrito ninguna experiencia parecida. Siempre cuando mis pacientes aceptan la muerte y se acercan a la luz se conmueven hasta las lágrimas y me describen escenas de amor y paz absolutos. Eso fue lo que viví yo en mi experiencia con memorias. 

     La Muerte es tema Tabú. Esto nos complica el momento de nuestra propia muerte. Lo único que necesitamos para morir (insisto, muerte del cuerpo físico) es estar vivos (y vuelvo a insistir, estar ocupando un vehículo físico). La vida es eterna. Al ser eterna es fácil comprender que no hay ningún apuro. Tenemos toda una eternidad para comprender todos estos fenómenos. Sin embargo, y cómo yo lo veo, esta comprensión puede significar el fin del sufrimiento. Entonces, la pregunta básica que me hago a mí misma es entonces: ¿Por qué queremos seguir sufriendo?

Maria Eugenia Mantilla
Hipnoterapeuta


3 comentarios:

  1. sorprendente!gracias
    te felicito por tus avances en estos asuntos

    bendiciones

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  2. Como misiòn de vida, orientarnos como ser felices y sentir paz en la eternidad y en el infinito. Es un gran servicio, gracias.
    Jorge Luis

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  3. Gracias a ustedes por sus comentarios. Recordaremos la vida que estamos teniendo como un sueño. Está en nuestras manos que sea un sueño o una pesadilla. Se les quiere. Bendiciones
    Maru

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