sábado, 11 de marzo de 2017

Todo lo que doy. Todo lo que soy

     


   El caso que comparto hoy es la historia de alguien que tengo en gran estima. Esta relación me permite darle seguimiento al desenlace de su vida actual, no desde el punto de vista terapéutico, sino como un regalo que me otorga para la comprensión de este conjunto de situaciones y circunstancias que llamamos vida.

   Nuestra vida actual es un capítulo en la historia de nuestra "vida". Si al tomar una novela la abrimos y leemos cualquier capítulo al azar, no entenderíamos la historia. Esos personajes tienen una trayectoria; bien podríamos inferir e inventar qué fue lo que los llevo a los sucesos que estamos leyendo, sin embargo, para comprender la novela tenemos que leerla. Siguiendo esta alegoría, cada vez que observamos la vida de alguien a nuestro alrededor, solo estamos viendo un capítulo. No sabemos qué lo llevó al lugar donde está ahora ni mucho menos que le aguarda en su futuro. Mas con qué facilidad creemos en las injusticias de la vida. Juzgamos constantemente sin conocer la historia, y aún peor, desconociendo que hay un pensamiento que une todas estas experiencias y les da sentido en la consciencia. 

   El relato que comparto hoy es una historia de amor, mas no una historia romántica. Es la historia de alguien que en medio de una vida  aparentemente desventurada, escoge dar todo lo que tiene por amor de una forma  pasmosamente desinteresada.  El final de la historia  es triste, aparentemente injusto, de una gran desolación y un abandono profundo. Sin embargo, me refiero al final de la vida que surge en sus memorias. ¿Cuál es el "final" si su generosidad y desinterés es hoy recompensado? ¿Qué aprendemos cuándo somos capaces  de darlo todo y entregarnos por completo?

   Me atrevería a decir que desconocemos lo contundente que puede ser una experiencia de desapego. Este fenómeno es algo que siempre ha atraído mi pensamiento. Me recuerdo ser estudiante universitario y traer esta idea a la palestra cuando hablábamos de sueños y proyectos. Solía decir: "Quiero vivir en harapos y dormir donde me agarre la noche" y entre risas y burlas trataba de explicar mis teorías sobre el desapego. No son ideas que acojamos con alegría. Por otro lado, es innegable que las experiencias de calle pueden contener un gran sufrimiento, desolación y tristeza. Pero ¿Qué pasa en la mente de una persona que se desidentifica de sus posesiones? Una persona que deja de ser lo que tiene, lo que viste, lo que sabe. Una persona que muere sin absolutamente nada. 

     Así termina la vida que recordó mi amigo, en una soledad abrumadora. Lloró durante horas, desgajado, contándome la historia de aquel niño huérfano que por darlo todo terminó muriendo de hambre, en una noche helada londinense, de carros antiguos y calles frías y sucias. Este indigente es hoy un joven que acaba de ganarse una beca en los Estados Unidos para alumnos destacados. No solo le cubre el pago de la universidad, le van a pagar para que estudie y no tenga que trabajar, de hecho, tuvo que firmar un compromiso de dedicarse únicamente a sus estudios. Este punto es muy importante en nuestra historia ya que en aquella vida que recordó pasó años reuniendo dinero para poder estudiar, sin embargo, las circunstancias se lo impidieron... en aquel entonces. 

     En sesión, la primera imagen que tiene es de sus manos. "Son gorditas y blanquitas" me dice "tengo unos cinco años. Estoy vestido con pantalones cortos de tirantes y pechera de tela rústica, como de jean, sin camisa. Estoy en una sala, se parece a la casa de mi abuela, sentado en el suelo jugando con un carrito de madera que me regalaron en mi cumpleaños, tiene las luces pintadas. Es navidad, estoy jugando en frente del arbolito que está adornado con ángeles. Estoy en casa de una vecina, una señora de pelo canoso que me quiere mucho y me hace galletas".

     Sigue contándome: "Estoy caminando por una calle empedrada. Voy de la mano de un señor". En este momento veo lágrimas corriendo por su rostro. Le pregunto por qué llora y me dice: "Me abandonaron, me dejaron en casa de la señora. Me cuenta que no tiene memorias de su madre, no sabe nada de ella, y que cree que el señor con que caminaba era su padre, pero lo recuerda solo por fotos  "más nunca lo veo" me dice.
   
   Sigue relatándome: "La señora cocina muy bien, trabaja cocinando para una familia todo el día y yo paso el tiempo solo. No tengo amigos. Vivimos en una casa, atrás en el patio hay un gran árbol. Ahora tengo 7 años. El señor de bigotes me regala una bicicleta amarilla, pero no sé montarla. La señora me dice que me va a enseñar a montar bicicleta, pero nunca tiene tiempo. Ella me enseña a leer y a escribir, pero mi letra es muy fea, como si escribiera con mi mano izquierda. Puedo  leer letreros y anuncios, pero no leo libros, no voy al colegio, no tenemos dinero".

   "Ahora tengo unos once años. Pasan carros, pero solo de vez en cuando. Son cuadrados y van muy lento, de ruedas grandes y cauchos blancos. Tengo una camisa de rayas blancas y rojas, y pantalones cortos azules. Estoy caminando y me encuentro con el señor de bigotes. Me lleva de paseo al mar. Me bajo del carro y camino, no nos bañamos en el mar, es muy hermoso, solo lo había visto en fotos. Cuando regreso me encuentro con la señora llorando, estaba muy preocupada por mí. A su hijo lo mataron hace muchos años, yo nunca lo conocí. Su esposo la abandonó cuando ella salió embarazada. Él  le pegaba y la maltrataba. Ella solo me tiene a mí, estaba muy preocupada, no sabía dónde estaba". 

   "Vendimos la bicicleta amarilla, nunca aprendí a montarla. La señora compra estampillas y yo las vendo en la calle. Me gusta vender. Quiero ir al colegio a aprender pero no tengo dinero. Camino por la calle, ofrezco las estampillas, me las compran, así paso mis días. Ahora tengo 18 años. Me encuentro con el señor de bigotes. Le vendo estampillas. Él trabaja en un restaurante italiano y me ofrece trabajo. Soy entonces ayudante de cocina. Preparo pastas y ensaladas. Trabajo por las noches. Casi nunca veo a la señora porque ella trabaja todo el día". 

   "La señora se enferma y tengo que dejar de trabajar para atenderla. Ya está muy vieja, tendrá como unos ochenta años, está en silla de ruedas. Durante todo el tiempo que trabajé reuní dinero para poder estudiar y muy a pesar de que no voy a poder hacerlo estoy contento porque por lo menos tengo dinero para poder atenderla. La baño, le cocino. A ella le gusta mucho la avena. Ya está muy mala de salud, tengo miedo de perderla" me dice llorando copiosamente. "Ya se fue. Gasto lo que me queda de dinero en el velorio y en el entierro. Estamos solos los dos. No viene nadie. Ella es extranjera, de Francia. Nosotros vivimos en Inglaterra. Ella no tiene familiares aquí, yo tampoco. Ahora estoy absolutamente solo. No puedo regresar a la casa porque era alquilada y no tengo dinero para pagarla. Trato de conseguir trabajo pero como no he estudiado no me quieren contratar. Vuelvo al restaurante donde trabajé pero está cerrado. Mas nunca vuelvo a ver al señor de bigotes". 

   "Ya dejé de buscar trabajo. Tengo como unos 25 años. Vivo en la calle y lavo carros por lo que me den. Estoy muy cansado, los brazos me duelen. En las noches duermo en una montaña donde me resguardo en la vegetación. Paso los días caminando. Estoy muy cansado. Me alimento básicamente de pan. Como estoy muy sucio no puedo entrar en la panadería, entonces hay un panadero que me vende pan por la puerta trasera y también me regala agua, todos los días. Él es mi único amigo". De golpe se sorprende y me dice muy conmovido que lo reconoce cómo su mejor amigo en su vida actual "es su sonrisa" me dice con lágrimas en los ojos. 

   "La gente me tiene miedo, piensan que los voy a robar. Se cambian de acera cuando se aproximan a mí". Comienza a llorar nuevamente diciéndome que extraña mucho a la señora. "Estoy muy solo, me dice, completamente solo. No me baño, no me cambio de ropa. Tengo una barba larga medio gris, medio roja, medio negra. Ya tengo unos 55 años. Estoy muy cansado. Me muero un día durmiendo, me muero de hambre. Cuando el panadero no me vio ir más a la panadería me buscó y me encontró muerto. Era mi único amigo. Me enterró al lado de la señora". 

   "Después de mi entierro, viene el señor de bigotes en espíritu a buscarme. Ahora sé que es mi abuelo". Me dice: "Siempre estuve contigo, nunca te dejé solo". Lo reconoce como su abuelo en su vida actual, a pesar de que nunca lo conoció en vida asegura que es su abuelo. Ya para este momento está agotado emocionalmente y me manifiesta su deseo de terminar con la sesión.

   Lo que más me interesa de esta historia es el parangón de aquellas memorias con su vida actual. Este es un muchacho con una gran compasión en su corazón y sin mucho esfuerzo enamora a cualquiera.  Uno de los trabajos en el colegio que lo perfila como líder estudiantil fue un proyecto de ayuda a indigentes. Imprimieron franelas, las vendieron y con el dinero recogido prepararon bolsitas de comida sencillas: un sándwich, un jugo, una fruta; las repartieron a las personas en situación de calle de su comunidad. Por otro lado, ha sido un alumno destacado todos los años de bachillerato lo que lo acreditó para concursar por la beca que recibió.

   Este caso me tiene pensando en las consecuencias de nuestras decisiones. Toda la energía invertida en querer algo siempre tiene sus frutos, aunque no lleguemos a verlos en nuestra vida presente. "Bueno" o "Malo". Es una energía que está allí, esperando el momento preciso para manifestarse. La circunstancias surgen. En el caso que nos ocupa, mil postulantes, 75 cupos. Él no hizo ningún esfuerzo más que ser él mismo. Ya el esfuerzo lo hizo en quien sabe cuantas vidas para recoger hoy el fruto de su entrega, de su amor, de su compasión. Sigue haciéndolo en esta vida, eso ya es parte de él. El desenlace está por verse, pero sospecho que utilizará sus estudios y sus conocimientos para aportar su amor al mundo. 

   Ahora quiero regresar al indigente. Pudo haber tomado muchas decisiones diferentes. Por ejemplo, no gastar todo el dinero en un entierro al que no iría nadie y tener para poder pagar el alquiler y no perder su casa. Así podría haber vivido tranquilo durante la enfermedad de la señora e incluso si perdía el trabajo tendría con qué buscar otro. También pudo haber buscado ayuda para no dejar de trabajar y no atender él mismo a la señora. Parece a simple vista un conjunto de decisiones que lo llevó a la quiebra. Pero ¿Cuáles fueron sus prioridades? ¿Qué está aquí en juego? ¿Qué aprendemos con el desapego y porqué los maestros espirituales hablan tanto de ello? 


     Otra cosa sí tengo muy clara: No soy "yo" quien escoge las experiencias, al igual que no le dejas la responsabilidad de su alimentación a un niño, ni le das a escoger entre su comida o caramelos. El tema del sufrimiento es un tema álgido y no quiero caer en la controversia de si es o no necesario sufrir para aprender, pero inevitablemente el tema está allí. No emitiré juicio al respecto. Cada trayectoria, cada vida, cada alma tiene su propia y única historia, tan personal y tan única como sus huellas dactilares. No hay un "Cómo" predeterminado. Sí hay un "Qué" predeterminado: Somos amor. Nuestro camino en la vida es un camino de regreso al amor. 

Maria Eugenia Mantilla
Hipnoterapeuta 


     

     

2 comentarios:

  1. HISTORIA PARA REFLEXIONAR, DE NUEVO GRACIAS. SIEMPRE PRESENTANDO TEMAS PROFUNDOS E INTERESANTES.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Jorge por tu comentario, sin duda un tema con muchas aristas, un abrazo en luz

    ResponderEliminar