El caso que comparto hoy es la historia de
alguien que tengo en gran estima. Esta relación me permite darle seguimiento al
desenlace de su vida actual, no desde el punto de vista terapéutico, sino como
un regalo que me otorga para la comprensión de este conjunto de situaciones y
circunstancias que llamamos vida.
Nuestra vida actual es un capítulo en la
historia de nuestra "vida". Si al tomar una novela la abrimos y
leemos cualquier capítulo al azar, no entenderíamos la historia. Esos
personajes tienen una trayectoria; bien podríamos inferir e inventar qué fue lo
que los llevo a los sucesos que estamos leyendo, sin embargo, para comprender
la novela tenemos que leerla. Siguiendo esta alegoría, cada vez que observamos
la vida de alguien a nuestro alrededor, solo estamos viendo un capítulo. No
sabemos qué lo llevó al lugar donde está ahora ni mucho menos que le aguarda en
su futuro. Mas con qué facilidad creemos en las injusticias de la vida.
Juzgamos constantemente sin conocer la historia, y aún peor, desconociendo que
hay un pensamiento que une todas estas experiencias y les da sentido en la
consciencia.
El relato que comparto hoy es una historia
de amor, mas no una historia romántica. Es la historia de alguien que en medio
de una vida aparentemente desventurada, escoge dar todo lo que tiene por
amor de una forma pasmosamente desinteresada. El final de la
historia es triste, aparentemente injusto, de una gran desolación y un
abandono profundo. Sin embargo, me refiero al final de la vida que surge en sus
memorias. ¿Cuál es el "final" si su generosidad y desinterés es hoy
recompensado? ¿Qué aprendemos cuándo somos capaces de darlo todo y
entregarnos por completo?
Me atrevería a decir que desconocemos lo contundente que puede ser una experiencia de desapego. Este fenómeno es algo que siempre ha atraído mi pensamiento. Me recuerdo ser estudiante universitario y traer esta idea a la palestra cuando hablábamos de sueños y proyectos. Solía decir: "Quiero vivir en harapos y dormir donde me agarre la noche" y entre risas y burlas trataba de explicar mis teorías sobre el desapego. No son ideas que acojamos con alegría. Por otro lado, es innegable que las experiencias de calle pueden contener un gran sufrimiento, desolación y tristeza. Pero ¿Qué pasa en la mente de una persona que se desidentifica de sus posesiones? Una persona que deja de ser lo que tiene, lo que viste, lo que sabe. Una persona que muere sin absolutamente nada.
Así termina la vida que recordó mi amigo, en una soledad
abrumadora. Lloró durante horas, desgajado, contándome la historia de aquel
niño huérfano que por darlo todo terminó muriendo de hambre, en una noche
helada londinense, de carros antiguos y calles frías y sucias. Este indigente
es hoy un joven que acaba de ganarse una beca en los Estados Unidos para
alumnos destacados. No solo le cubre el pago de la universidad, le van a pagar
para que estudie y no tenga que trabajar, de hecho, tuvo que firmar un
compromiso de dedicarse únicamente a sus estudios. Este punto es muy importante
en nuestra historia ya que en aquella vida que recordó pasó años reuniendo
dinero para poder estudiar, sin embargo, las circunstancias se lo impidieron...
en aquel entonces.
En sesión, la primera imagen que tiene es de sus manos. "Son
gorditas y blanquitas" me dice "tengo unos cinco años. Estoy vestido
con pantalones cortos de tirantes y pechera de tela rústica, como de jean, sin
camisa. Estoy en una sala, se parece a la casa de mi abuela, sentado en el
suelo jugando con un carrito de madera que me regalaron en mi cumpleaños, tiene
las luces pintadas. Es navidad, estoy jugando en frente del arbolito que está
adornado con ángeles. Estoy en casa de una vecina, una señora de pelo canoso
que me quiere mucho y me hace galletas".
Sigue contándome: "Estoy caminando por una calle empedrada. Voy de la mano de un señor". En este momento veo lágrimas corriendo por su rostro. Le pregunto por qué llora y me dice: "Me abandonaron, me dejaron en casa de la señora. Me cuenta que no tiene memorias de su madre, no sabe nada de ella, y que cree que el señor con que caminaba era su padre, pero lo recuerda solo por fotos "más nunca lo veo" me dice.
Sigue relatándome: "La señora cocina
muy bien, trabaja cocinando para una familia todo el día y yo paso el tiempo
solo. No tengo amigos. Vivimos en una casa, atrás en el patio hay un gran
árbol. Ahora tengo 7 años. El señor de bigotes me regala una bicicleta
amarilla, pero no sé montarla. La señora me dice que me va a enseñar a montar
bicicleta, pero nunca tiene tiempo. Ella me enseña a leer y a escribir, pero mi
letra es muy fea, como si escribiera con mi mano izquierda. Puedo leer
letreros y anuncios, pero no leo libros, no voy al colegio, no tenemos
dinero".
"Ahora tengo unos once años. Pasan
carros, pero solo de vez en cuando. Son cuadrados y van muy lento, de ruedas
grandes y cauchos blancos. Tengo una camisa de rayas blancas y rojas, y
pantalones cortos azules. Estoy caminando y me encuentro con el señor de
bigotes. Me lleva de paseo al mar. Me bajo del carro y camino, no nos bañamos
en el mar, es muy hermoso, solo lo había visto en fotos. Cuando regreso me
encuentro con la señora llorando, estaba muy preocupada por mí. A su hijo lo
mataron hace muchos años, yo nunca lo conocí. Su esposo la abandonó cuando
ella salió embarazada. Él le pegaba y la maltrataba. Ella solo me tiene a
mí, estaba muy preocupada, no sabía dónde estaba".
"Vendimos la bicicleta amarilla, nunca
aprendí a montarla. La señora compra estampillas y yo las vendo en la calle. Me
gusta vender. Quiero ir al colegio a aprender pero no tengo dinero. Camino por
la calle, ofrezco las estampillas, me las compran, así paso mis
días. Ahora tengo 18 años. Me encuentro con el señor de bigotes. Le vendo
estampillas. Él trabaja en un restaurante italiano y me ofrece trabajo. Soy
entonces ayudante de cocina. Preparo pastas y ensaladas. Trabajo por las
noches. Casi nunca veo a la señora porque ella trabaja todo el día".
"La señora se enferma y tengo que dejar
de trabajar para atenderla. Ya está muy vieja, tendrá como unos ochenta años,
está en silla de ruedas. Durante todo el tiempo que trabajé reuní dinero para
poder estudiar y muy a pesar de que no voy a poder hacerlo estoy contento porque
por lo menos tengo dinero para poder atenderla. La baño, le cocino. A ella le
gusta mucho la avena. Ya está muy mala de salud, tengo miedo de perderla"
me dice llorando copiosamente. "Ya se fue. Gasto lo que me queda de dinero
en el velorio y en el entierro. Estamos solos los dos. No viene nadie. Ella es
extranjera, de Francia. Nosotros vivimos en Inglaterra. Ella no tiene
familiares aquí, yo tampoco. Ahora estoy absolutamente solo. No puedo regresar
a la casa porque era alquilada y no tengo dinero para pagarla. Trato de
conseguir trabajo pero como no he estudiado no me quieren contratar. Vuelvo al
restaurante donde trabajé pero está cerrado. Mas nunca vuelvo a ver al señor de
bigotes".
"Ya dejé de buscar trabajo. Tengo como
unos 25 años. Vivo en la calle y lavo carros por lo que me den. Estoy muy
cansado, los brazos me duelen. En las noches duermo en una montaña donde me
resguardo en la vegetación. Paso los días caminando. Estoy muy cansado. Me
alimento básicamente de pan. Como estoy muy sucio no puedo entrar en la
panadería, entonces hay un panadero que me vende pan por la puerta trasera y
también me regala agua, todos los días. Él es mi único amigo". De golpe se
sorprende y me dice muy conmovido que lo reconoce cómo su mejor amigo en su
vida actual "es su sonrisa" me dice con lágrimas en los ojos.
"La gente me tiene miedo, piensan que
los voy a robar. Se cambian de acera cuando se aproximan a mí". Comienza a
llorar nuevamente diciéndome que extraña mucho a la señora. "Estoy muy
solo, me dice, completamente solo. No me baño, no me cambio de ropa. Tengo una
barba larga medio gris, medio roja, medio negra. Ya tengo unos 55 años. Estoy
muy cansado. Me muero un día durmiendo, me muero de hambre. Cuando el panadero
no me vio ir más a la panadería me buscó y me encontró muerto. Era mi único
amigo. Me enterró al lado de la señora".
"Después de
mi entierro, viene el señor de bigotes en espíritu a buscarme. Ahora sé que es
mi abuelo". Me dice: "Siempre estuve contigo, nunca te dejé
solo". Lo reconoce como su abuelo en su vida actual, a pesar de que nunca
lo conoció en vida asegura que es su abuelo. Ya para este momento está agotado
emocionalmente y me manifiesta su deseo de terminar con la sesión.
Lo que más me interesa de
esta historia es el parangón de aquellas memorias con su vida actual. Este es
un muchacho con una gran compasión en su corazón y sin mucho esfuerzo enamora a
cualquiera. Uno de los trabajos en el colegio que lo perfila como líder
estudiantil fue un proyecto de ayuda a indigentes. Imprimieron franelas, las
vendieron y con el dinero recogido prepararon bolsitas de comida sencillas: un
sándwich, un jugo, una fruta; las repartieron a las personas en situación de
calle de su comunidad. Por otro lado, ha sido un alumno destacado todos los
años de bachillerato lo que lo acreditó para concursar por la beca que recibió.
Este caso me tiene
pensando en las consecuencias de nuestras decisiones. Toda la energía invertida
en querer algo siempre tiene sus frutos, aunque no lleguemos a verlos en
nuestra vida presente. "Bueno" o "Malo". Es una energía que
está allí, esperando el momento preciso para manifestarse. La circunstancias
surgen. En el caso que nos ocupa, mil postulantes, 75 cupos. Él no hizo ningún
esfuerzo más que ser él mismo. Ya el esfuerzo lo hizo en quien sabe cuantas
vidas para recoger hoy el fruto de su entrega, de su amor, de su compasión.
Sigue haciéndolo en esta vida, eso ya es parte de él. El desenlace está por
verse, pero sospecho que utilizará sus estudios y sus conocimientos para
aportar su amor al mundo.
Ahora quiero regresar al
indigente. Pudo haber tomado muchas decisiones diferentes. Por ejemplo, no
gastar todo el dinero en un entierro al que no iría nadie y tener para poder
pagar el alquiler y no perder su casa. Así podría haber vivido tranquilo
durante la enfermedad de la señora e incluso si perdía el trabajo tendría con
qué buscar otro. También pudo haber buscado ayuda para no dejar de trabajar y
no atender él mismo a la señora. Parece a simple vista un conjunto de
decisiones que lo llevó a la quiebra. Pero ¿Cuáles fueron sus prioridades? ¿Qué
está aquí en juego? ¿Qué aprendemos con el desapego y porqué los maestros
espirituales hablan tanto de ello?
Otra cosa sí tengo muy clara: No soy "yo" quien escoge las experiencias, al igual que no le dejas la responsabilidad de su alimentación a un niño, ni le das a escoger entre su comida o caramelos. El tema del sufrimiento es un tema álgido y no quiero caer en la controversia de si es o no necesario sufrir para aprender, pero inevitablemente el tema está allí. No emitiré juicio al respecto. Cada trayectoria, cada vida, cada alma tiene su propia y única historia, tan personal y tan única como sus huellas dactilares. No hay un "Cómo" predeterminado. Sí hay un "Qué" predeterminado: Somos amor. Nuestro camino en la vida es un camino de regreso al amor.
Maria Eugenia Mantilla
Hipnoterapeuta
HISTORIA PARA REFLEXIONAR, DE NUEVO GRACIAS. SIEMPRE PRESENTANDO TEMAS PROFUNDOS E INTERESANTES.
ResponderEliminarGracias Jorge por tu comentario, sin duda un tema con muchas aristas, un abrazo en luz
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