miércoles, 1 de marzo de 2023

La vida de Yule


Gracias al trabajo constante en los talleres, he tenido la oportunidad de recordar -lo que a mí me parece son- bastantes vidas. Sin duda alguna, las suficientes como para reconocer, asumir y abrazar el personaje que vi y del cual les voy a relatar.

Esta es una práctica de 2º y 5º módulo, por lo que trabajamos en la sesión tres personas: una realiza la inducción, otra la guiatura y yo voy a camilla.

Lo primero que recuerdo es la visión de estar en una cabaña pequeña, con fuego en la chimenea, y aunque la vista que tengo es de un ambiente acogedor, yo siento mucha aprehensión. Me piden ver mis manos y veo unas manos muy grandes, muy gruesas, toscas, definitivamente soy un hombre. Me preguntan en dónde estoy y describo la cabaña, pero yo solo estoy sentado, con los codos en la mesa. Me preguntan si como algo, les digo que no. Me preguntan si hay agua, le digo que sí, pero no siento sed tampoco. Entiendo desde la mente que en este momento de mi recuerdo soy un fantasma, pero lo que más me arropa es la aprehensión que siento a moverme o incluso a dar respuestas.

Me piden entonces que vayamos bien atrás, para entender cómo fue que llegué allí, y me piden ver a mi familia. Ahora me encuentro cargando heno, sé que estoy en la casa de mi infancia trabajando con mi familia. Somos campesinos, tengo mamá, papá, dos hermanas y un hermanito pequeño, que es un niño como de 6 años, cosa que calculo por el tamaño. Me cuesta saber la edad de mis hermanas, no sé quien es mayor que quien, ellas se ven contemporáneas y yo, si bien me siento como un chico joven como de 14-15 años, soy muy grande. Me preguntan mi nombre, me llamo Yule, y como soy muy grande hago trabajo de fuerza, y me siento feliz haciéndolo, no siento que esto sea un trabajo pesado. No reconozco a nadie de mi familia de esta vida en mi vida actual.

Mi mamá atiende el hogar y cuida a mis hermanas, mi padre, que tiene la altura y las dimensiones de un hombre normal, se lleva los animales y otros frutos del trabajo de campo al pueblo, en carreta. Mi papá está muy orgulloso de mí, habla con otros sobre mi tamaño y mi fuerza, esto hace que un día unos soldados vengan al campo a buscarme. Mi padre me presenta, yo no siento que hable mucho, por la emoción de mi papá y la buena disposición de los soldados, me da gusto conocerlos, ellos son más bajos que yo. Hablan del futuro que tengo como soldado, me invitan a irme con ellos, mi padre también me alienta. Me despido rápida e ingenuamente de mi madre y mis hermanos, y me voy con los soldados.

Tengo algunas memorias de entrenar. Me siento muy tonto en el traje de malla y con el casco, pero tengo que entrenar para cuando vaya a pelear. Los soldados mientras entrenan son muy joviales, quieren entrenarme y se emocionan imaginando lo que voy a ser capaz de hacer cuando esté listo. Sin exagerar, puedo verlos a todos como una cabeza y media más bajos que yo. 

No sé qué edad tengo cuando empiezo a ir a la guerra. Mis compañeras tratan de averiguar en dónde estoy y no lo sé muy bien, no sé para quién peleo ni cual es la razón de pelear. No sé si es que no es importante o no lo distingo, lo que sí descubro rápido es que quizá fui físicamente diseñado para la guerra, pero me parece algo espantoso. Puedo ver con claridad cómo, usando una espada, puedo blandirla y matar de un solo golpe hasta a dos y tres hombres. Otra arma que uso es la lanza. Es una carnicería, pero estoy ahí y tengo que pelear, así no sienta ningún gusto por ello. Sé que mi cara es de asco, impresión y vergüenza. Sé que mis compañeras que me guían en la experiencia también están impresionadas.

Tratamos de ver qué más hago y por cuanto tiempo peleo, fue lo que hice toda la vida. El punto de quiebre, como Yule, lo tuve cuando en una misión hostil dentro de una aldea o pueblo, estoy de apoyo de un hombre -yo estoy a sus órdenes- que se enfrenta a otro, como cobrándole. Recibo la orden de matarlo, yo no estoy armado o veo que como el sujeto no está armado no hace falta usar un arma, así que lo ahorco. Ver la vida fugarse del cuerpo de este hombre me hizo sentir la persona más basura del mundo. Aquí me di cuenta que no podía más, necesitaba alejarme de todo esto.

Con unos amigos soldados, camaradas, me construyo aislado en el bosque una cabaña. Entre piedras, madera y paja, se levanta mi hogar en el medio de la nada, más o menos cerca de un riachuelo. No quiero pelear más, no quiero saber de nadie, solo quiero vivir en paz lo que me queda de vida. Puede que tenga unos treinta años, o treinta y tantos, pero ya he vivido suficiente. Con el paso del tiempo otros soldados son enviados a buscarme, quieren que pelee y me niego. Se van con mis negativas, más luego, en otras oportunidades vuelven y son más insistentes. Tratan de llevarme a la fuerza, tontos, yo puedo con ellos y mato a tres hombres y otro huye por su vida. La siguiente oportunidad fueron más preparados.

Estoy en el riachuelo cuando soy emboscado por entre 8-10 hombres armados, yo no lo estoy. Insisten en que debo ir con ellos, me niego y empieza la pelea. Quizá logré matar a uno o dos hombres, pero entre todos lograron vencerme. Ahora mi cuerpo yace en el suelo del bosque, yo lo veo y me regreso a mi cabaña. No sé cuánto tiempo he podido pasar ahí, solo y encerrado. Me abruman los sentimientos de vergüenza por todos lo hombres que maté, tengo miedo del infierno, de aquí todo el sentimiento de aprehensión que sentí al inicio.

Me dicen que vaya a la luz, pero yo no quiero, no veo ninguna luz, ni confiaría tampoco en ella. Me piden que busque a alguien que quise, pero por más que amé a mi familia no los quiero ver. Me siento como un monstruo que espera ser castigado. Me preguntan que desde cuando no vi más a mi familia, y les digo que desde que me despedí de ellos. Cuando empecé a luchar, no me podía imaginar más nunca al rededor de mi familia. Ellos eran gente buena y sana, yo era un monstruo. Me piden que piense en mi mamá y, aunque con culpa, lo hago. En ese momento, puedo ver como en la oscuridad de la cabaña se abre una luz blanca brillante en donde puedo ver a mi mamá.

No dejo de sentirme avergonzado y nada merecedor de estar frente a mi madre, pero siento cómo dejo de ser un hombre y me convierto en un niño nuevamente, hasta soy algo más bajo que mi mamá. Ella me abraza y me dice: "mi pequeño niño grande" y yo no puedo sino abrazarla y sentir su amor. Le digo que lo siento y ella solo me abraza, es como si me cubriera en su luz y siento que todo está bien. Luego se presenta mi papá en la luz, a él se le hace difícil mantener la mirada, frente a él vuelvo a ser el adolescente del que se despidió cuando me fui con los soldados. Mi papá se siente culpable con la vida que tuve, él se siente responsable, yo lo veo y sinceramente solo me alegra verlo. Le digo que no fue su culpa, él no sabía a lo que me enfrentaría y yo sé que él nunca tuvo mala intención. Lo abrazo y le digo que está bien, fueron mis actos y no los suyos. Mi padre me abraza y puedo volver a sentir que está orgulloso de mí.

Luego de ver esta vida apenas siento que pude hablar de ella, acá he dejado ver más del impacto que tuvo ver con tanto detalle la magnitud del desastre de vida y de sentimientos. Me preguntan que por qué viví esa vida, mis guías me responden que necesitaba aprender sobre el discernimiento. En esta vida aprendí la importancia de ser fiel a mi esencia, saber cuando decir que no, cuándo decir basta, además de aprender las consecuencias de seguir la corriente.

Greisy Nathaly Marcano
Hipnoterapeuta

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