miércoles, 21 de octubre de 2020

El perdón está vivo



 

     Recibí la llamada de un viejo amigo pidiéndome una sesión, por muchas razones,  pero principalmente, porque quiere ganarse un millón de dólares en los próximos 3 años. Esto representó para mí un verdadero conflicto y me vi enfrentada a una vorágine de emociones.

     Su petición requirió una honesta reevaluación de mí misma. Mientras más trataba de explicarle a mi amigo la naturaleza de mi trabajo más se empeñaba en que eso era justamente lo que él necesitaba para ganarse su preciado millón de dólares. Además, mientras más indagaba acerca de sus necesidades más honesta comenzó a parecerme su petición. Pude observar que viejos dolores y angustias fútiles enturbiaban su claridad mental y perdía mucho tiempo en culpas y remordimientos. A pesar de su aguda capacidad para hacer dinero, que además no le falta, él quiere más. Tuve que reconocer que esta premisa proviene de mis prejuicios y culpas relacionadas con el hecho de “tener”.

     La sesión de mi amigo nos sorprendió. Comienza a relatarme: “Estoy parado frente a una cueva, me asomo y la luz que viene de adentro me ciega. Me conmueve y tengo ganas de llorar, es una hermosura para la cual no tengo palabras. Del cielo cae un tótem gigante, como una piedra del tamaño de un edificio, cae justo al lado mío”. Para este momento comienza a hablar en trance, con una sutil variación en su voz. Como si sus preguntas y las mías se amalgamaran en un solo movimiento mental y alguien nos estuviera respondiendo a los dos: “El perdón es contundente, veraz, total y macizo como esta piedra. Cuando llega no existen dudas. El perdón está vivo, como está viva la luz en esta cueva. Para entrar debes poner la rodilla al suelo, en genuflexión, con reverencia y humildad ante el perdón. No tienes nada que hacer, solo rendirte ante el perdón”.  Me describe la imagen de un caballero medieval con armadura, entregando su espada, rodilla al suelo en reverencia, y lágrimas en los ojos ante la majestuosidad del Perdón. Nos quedamos largo tiempo embelesados con las imágenes un poco renuentes a regresar a nuestra realidad material. Él repetía una y otra vez: “Está vivo, el Perdón está vivo.”

     Lo primero que me dice es que él pensaba que el perdón era una idea, algo bueno y justo que gente de bien debe hacer. Un movimiento intelectual, relacionado con la cabeza, con las ideas, con la religiosidad. Esta experiencia cambió por completo nuestra percepción. El Perdón actúa ante nuestra humildad  y nuestra voluntad de rendirnos ante la luz del Perdón. El Perdón no es algo que nosotros hagamos o dejemos de hacer. Lo que borra, lo que deshace, lo que limpia, lo que cambia en nosotros no lo hacemos nosotros, lo hace el Perdón con su luz propia. Quizás lo más importante es que es una decisión personal, individual, voluntaria en cuanto a entrega, más no en cuanto a lo que sucede sumidos en la luz.

     Nuestras ideas comunes acerca del perdón implican generalmente a “otro” que “perdonamos” cuando lo vemos culpable. Según lo que se nos reveló esta idea no es válida. Veo la cabeza como el símbolo del ego, la genuflexión como la necesidad de doblegar nuestra personalidad. Deduzco que al ser sumergidos en la luz del perdón se borran las fronteras entre el “yo” y el “otro” y esta aseveración proviene de la experiencia de no sentirme culpable al “querer” y de no ver a mi amigo “ambicioso”. Incluso lo que veo es un ser humano caritativo, generoso, creador de oportunidades y abundancia para él y para todos los que le rodean.

     El Perdón es entonces una experiencia transformadora del mundo que ves. Lo que se perdona es la culpa. Sentirse culpable o culpar a otros es una manera de verte a ti mismo y de ver al otro. Sanar sería entonces liberarse y liberar al otro de la culpabilidad, y por consiguiente sobreviene otra manera de ver. Sanar es entonces ver las cosas que nos suceden de otra manera. Sanar es ver a los demás de otra manera.

      Por supuesto surge la pregunta: ¿Cómo se puede ver al asesino de otra manera? ¿Cómo se ve al ladrón de otra manera? ¿Al infiel? ¿Al chismoso? ¿Al aprovechador, al mentiroso, al violento? Para esto no tengo una respuesta. Cualquier cosa que te diga empañará tu experiencia. Si sabes o crees que sabes cómo se siente alguien que no juzga, que no culpa, esta idea preconcebida envenenará tu mente no permitiéndote una experiencia real. Cuando tengas la experiencia, esta es tan contundente que no te cabrá la menor duda que el Perdón ha transformado tu manera de ver el mundo. Sin palabras, sin excusas, sin racionalizaciones. Es un fenómeno de expansión de la mente.

     Lo que yo hago conmigo misma para poder saber en qué punto me encuentro es estar atenta a cómo me siento. La molestia, la irritación, el rechazo, la rabia, incluso hasta el más leve malestar es indicador de áreas no sanadas, no perdonadas, no trabajadas. Áreas donde quedan secretos que no he querido sacar a la luz. Estos secretos los escondo o  escondí  por vergüenza, por sentirme culpable. Estas zonas de dolor las ocultamos para mitigar el sufrimiento. Sin embargo, solo el sacarlas a la luz puede prometemos sanación.

     El mecanismo es más o menos así: me avergüenza, lo escondo, y luego me olvido pretendiendo que el olvido sane, que el tiempo sane, que la distancia ponga tierrita de por medio en la ilusión de esconder lo que me duele. De esta forma, mi mente se fracciona y busca experiencias que la ayuden a integrarse, completarse, sanarse. Entonces, aquella persona que despierta el monstruo se convierte en la persona más importante de mi vida. Se convierte en mi oportunidad de sanar. Así lo afronto, así lo veo. El Perdón está vivo. No tienes nada que hacer, sólo bajar la cabeza y rendirte ante el Perdón.

 

Maria Eugenia Mantilla
Hipnoterapeuta

1 comentario:

  1. HERMOSA LECTURA, GRACIAS POR COMPARTIR ALGO TAN CIERTO QUE MUCHOS VIVIMOS INCLUYENDOME .

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