Hoy me levanté con la imagen de unas muñecas, de alguien con ganas de quitarse la vida. He estado evadiendo el tema todo el día hasta que finalmente me siento a escribir. El suicidio es un tema muy doloroso para todos, para los que se van, para los que se quedan.
Lo que habría que comprender es el absurdo de pensar que la muerte acabará con el sufrimiento que creemos insostenible. Afortunadamente habrá ayuda, tanto para los desencarnados como para los que permanecemos todavía en la materia. En cualquiera de las circunstancias, al momento de dejar el mundo de la materia nuestro cuerpo emocional queda intacto, y tendremos que trabajar con las emociones que nos llevaron al querer quitarnos la vida física hasta que lo resolvamos, y no importa cuantas vidas nos tome nuestro proceso, al fin y al cabo, somos eternos...
Llega a mi consulta un joven de unos 21 años a lo sumo. Lo trae una jovencita que se hizo una regresión hace ya un tiempo. Ella preocupada por su amigo lo trae y hasta le obsequia la consulta. Me cuenta que es un joven muy amargado, peleón, inconforme. Teme por su vida.
Viene a su memoria la vida de guerrero en una época medieval, caballerías y peleas de campo con espadas. Su padre es herrero, no le gusta la guerra, fabrica espadas. Él se siente avergonzado de su padre y lo ve como un como un mediocre cobarde. Ve a los guerreros importantes con ambición de logros, aún siendo muy pequeño. La guerra era valor, estatus, grandeza. Lo empiezan a entrenar desde muy joven. Crece y se convierte en un gran guerrero.
Él se queda en espíritu cuidando a su esposa embarazada, triste por haberse ido y no poder estar con ella físicamente. Nace su hijo y se queda con el durante toda su vida, observándolo, asistiéndolo, aprendiendo de él. Siempre asombrado de conocer a alguien tan diferente a él, valorarlo y amarlo. No es guerrero, es muy inteligente, quiere aprender a leer, estudiar, saber como funcionan las cosas.
Seguidamente comienza a relatarme sucesos de otra vida. Es un joven atormentado con problemas familiares. En constante pugna con sus padres decide alejarse e irse a vivir a parís. La época no me quedó clara, su mundo interior llenaba todo el escenario. Tiene una hermana que lo visita, sin lograr un acercamiento real. Vive con alguien, todo termina mal. Recuerda escenas de un tren, borrosas, confusas. Me dice: "Estoy en un edificio muy alto, me asomo por la ventana. Sí -me dice- si lo hago. Si me atrevo, abre los ojos de inmediato y me confirma viéndome a los ojos: se lanzó.
Esta escena lo sacó del trance inmediatamente, no hubo llanto, ni pesar. Solo asombro. Es un chico muy cerrado, fue poco lo que dijo. Sin embargo yo no podía dejarlo ir sin desglosar su experiencia, así que me quedé un buen rato con él tratando de comprender.
El origen de su depresión está en la desilusión que le causó la guerra, y a pesar que fue en una experiencia anterior a su vida parisina, ese desencanto por el ser humano tiñe su psique ineludiblemente. Hoy, en pleno siglo veinte, la desilusión y la falta de valor por la vida lo acosan, amargándolo sin aparente sentido.
Me dijo: "No va a
volver a pasar, si me quito la vida voy a volver... sintiéndome exactamente
igual". Le ofrecí ayuda, en Ecosalud hay un staff de profesionales
altamente calificados, psicólogos, psiquiatras, especialistas en diversidad de terapias alternativas. También le sugerí que regresara a mi consulta, asintió amablemente y no
lo vi más. Me encontré con su amiga después de un tiempo y le pregunté por su amigo, me
contesto agradecida que estaba muchísimo mejor, que había decidido que no tenía
sentido quitarse la vida, que había dejado de soñar con el suicidio.
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